
Catacumbas, un término 100% romano
El nombre de “catacumbas” nació en Roma de una manera casual. Quien pasa por la Via Appia, antes de llegar a la célebre Tumba de Cecilia Metella atraviesa una depresión en el suelo que coincide con el lugar donde están, bien visibles, las impresionantes ruinas del Circo de Majencio del siglo IV.
En origen, esta localidad era llamada “catacumbas”, expresión griega que significaba “cerca de la cavidad” y que aludía por supuesto a este hundimiento del terreno que todavía existe a pesar de que el nivel de la calle actual haya subido de varios metros.
En aquel mismo lugar surgió, en la mitad del siglo III, lo que hoy es conocido como el cementerio de San Sebastián y que por toda la época medieval se quedó como la única catacumba conocida. El nombre de “catacumba” en un principio se quedó como el único con el cual se hacía referencia a este mismo cementerio; enseguida fue utilizado también para todos los otros cementerios subterráneos que con el pasar de los siglos fueron sacados a la luz en Roma.
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El origen de las catacumbas cristianas en Roma
Las catacumbas, es mejor aclararlo desde el principio, no representan los más antiguos cementerios cristianos de la ciudad. Durante el primero y por casi todo el segundo siglo, los fieles de la comunidad cristiana de Roma fueron inhumados en necrópolis comunes, juntos con los paganos: así fue por ejemplo entre el 64 y el 67 d. de C. para el apóstol Pedro, que fue sepultado en las laderas de la colina del Vaticano y también para Pablo, sepultado en la via Ostiense en una zona cementerial común situada en la orilla izquierda del río Tiber.
La tumba sí representó para los antiguos el lugar donde sobrevivía la memoria del nombre del difunto y de su familia, a parte, claro, del lugar donde el cuerpo empezaba su natural proceso de descomposición.
Para los cristianos fue algo más distinto. Con la muerte, para los creyentes en Cristo, en efecto, no acababa la vida, sino que empezaba un periodo de espera que terminaba en el día de la resurrección. En esta visión del tiempo futuro, la tumba pues fue considerada por cada cristiano de aquella época, como una “domus”, una casa, en la que el difunto, gracias a las oraciones de sus queridos y de la misma comunidad, podía descansar. Un lugar entonces más de recogimiento y de reflexión, de reuniones y de meditación que no, como muchos siguen diciendo, un refugio bien escondido para poder escaparse de las persecuciones de los emperadores romanos.
No es casualidad el que todavía usamos una palabra latina de origen griega para referirnos a los lugares donde están sepultados nuestros seres queridos, o sea “coementeriun” que en griego seria “koimào” verbo que significa dormir, descansar.
Teniendo en cuenta esta concepción, es mas claro para nosotros entender como, con el crecer de la comunidad y con una más estable organización, los cristianos hayan deseados tener áreas comunes donde, lejos de ojos indiscretos, podían reunirse para cumplir los rituales en honor de los difuntos, ocuparse de la manutención de los sepulcros y poder libremente exprimir a través de inscripciones, de pinturas y de esculturas sus sentimientos de invocación, de deseo y sobretodo de fe en la misericordia del Señor y en el gozo de una vida beata en los reino de los cielos.
He aquí pues que durante el siglo II empezaron a surgir los primeros núcleos subterráneos, que solo sucesivamente formarían las futuras catacumbas.
El hecho que la mayoría de los cementerios, sea cristianos que paganos, estaban ubicados siempre a las afueras de la ciudades, se debe exclusivamente al respeto de una severa ley romana del siglo V a.de.C. la cual prohibía de manera absoluta, el entierro en el perímetro de las murallas (lo que era el “pomerium urbis”). Por eso fueron elegidos siempre lugares puestos al margen de las principales vías consulares (un caso celebre es por supuesto la Via Appia) o en las cercanías de colinas suburbanas.
Condición fundamental para que se pudieran realizar sepulcros subterráneos, era que el suelo estuviese formado por materiales no muy duros, ni muy compactos, ni donde dominaban las piedras. Afortunadamente, el subsuelo de Roma ya que por casi su totalidad está y estaba compuesto por toba volcánica, representaba el ideal para todos aquellos (llamados “fossores”) que realizaban estos tipos de cementerios subterráneos.
El enterramiento de un mártir
Un acontecimiento determinante para el desarrollo y la sucesiva fama de una catacumba, fue, desde el principio, el hecho que en su interior fuera colocado el cuerpo de un mártir.
La veneración de los fieles para estos héroes de la fe, provocó en efecto en la interior de las catacumbas, mutaciones tan profundas que, si al principio el núcleo originario estaba formado por tan solo unas pequeñas salas puestas al mismo nivel, durante los siglos III y IV este núcleo se fue ampliando tanto hasta tener centenares de salas, de pasajes y de galerías por una extensión de kilómetros y con niveles superpuestos que, en algunos casos, tocaban una profundidad hasta los 20 metros.
¿Qué se puede ver en las catacumbas?
Hablando ahora de las diferentes tipologías de las tumbas y de las decoraciones presentes en las catacumbas, podemos distinguir en general tres tipologías: las de los “lóculos”, de los “arcosolios” y de los “cubículos”.
Los primeros son nichos rectangulares escavados en las paredes según el lado largo y cerrados por una o más tejas o por una o más losas de mármol. Estos lóculos podían acoger desde un solo difunto hasta un máximo de tres.
Los segundos eran tumbas más nobles que estaban formadas por cavidades a forma de arco donde, a veces, dependiendo también del nivel social al cual pertenecía la familia, podían ser puestos sarcófagos rectangulares hecho de terracota, de mármol o de plomo.
Por ultimo el conjunto formado de la unión de varias habitaciones de plantas cuadradas o poligonales en las cuales estaban incluidos lóculos y arcosolios, formaban los cubículos que normalmente pertenecían a los miembros de una misma familia o de un pequeño grupo de fieles.
Tratando ahora del tema de las decoraciones todavía visibles en las paredes de las catacumbas romanas, podemos decir que, en la casi totalidad, se trata de pinturas realizadas a través de la técnica del fresco y que representan hechos del Antiguo y del Nuevo Testamento, figuras simbólicas, escenas de vida real y temas puramente decorativos con imágenes florales, pájaros, jarrones y formas geométricas.
Entre las figuraciones más antiguas y más frecuentes, está la del Orante y del Buen Pastor que simbolizan ambas un concepto de salvación legado a la vida eterna.
La primera, casi siempre una imagen femenina, representa el alma y muestra una postura particular que quiere imitar el gesto de la oración con los brazos y las manos abiertas y levantadas hacia el cielo, como si fuera un abrazo cósmico en el cual se reconoce la posición del Cristo crucificado.
La segunda hace referencia al pastor bíblico del cual habla San Juan en su evangelio (Ego sum pastor bonus, Yo soy el buen pastor), o sea el guía y el vigilante del rebaño, el pueblo cristiano, siempre representado bajo el aspecto zoomorfo de la oveja. Esta iconografía en realidad es de origen pagana y hace referencia a la figura clásica y genérica del pastor crióforo griego, símbolo de la humanitas; así como el orante es una antigua imagen pagana de la pietas.
Entre los temas bíblicos, los más difundidos fueron los que trataban de Abran y del sacrificio de Isaac, los hechos de la vida de Moisés, las historias de Jacob, de José, de Jonás.
Olvido y redescubrimiento
La consolidación y la afirmación de la organización eclesiástica favorita también por la libertad del culto cristiano decidida por el emperador Constantino (edicto de Milán del 313), dio una nueva dirección a todo el arte paleo-cristiano y consecuentemente al arte de las catacumbas. La pintura más que símbolo, ahora es historia. Por todo el siglo IV, periodo dorado para la Iglesia Triunfante, se cuentan las historias del Cristo que ya es el Imperator y su reino está asimilado al dominio imperial. En este periodo Cristo no es ya el Buen Pastor con su oveja en las espaldas, sino un joven guapo y encantador sentado sobre el globo terrestre, rodeado por su corte de Apóstoles y por sus dos más importantes dignatarios, Pedro y Pablo, sus directos portavoces.
Hasta que las tumbas de los mártires se quedaron en su lugar originario, las catacumbas siguieron siendo muy frecuentadas por muchos fieles.
Cuando cambiaron las condiciones políticas y cuando sobretodo los ejércitos de los bárbaros saquearon Roma y sus alrededores dejando las campiñas, pues las catacumbas, en una total desolación (por cierto uno de los momentos mas trágico fue durante la invasión de las tropas longobardas del Rey Astolfo en el siglo VIII), los pontífices fueron obligados a trasladar las preciosísimas reliquias de los mártires en el interior de las iglesias urbanas. Célebre fue el papa Pascual I (817-824) que el 20 de julio del 817 hizo trasladar bien 2300 “cuerpos santos” sacados de las catacumbas suburbanas, para ponerlos en la iglesia de Santa Práxedes. Fue así entonces que las catacumbas perdiendo sus significado devocional y su valor de fe, cayeron en el total abandono. De casi todas por todo el Medievo y hasta los primeros años del siglo XVI se perdió el recuerdo con excepción de la de San Sebastián y de San Calixto donde los fieles seguían visitando sus subterráneos En el 1578 pero se realiza algo increíble: en la Vía Salaria por casualidad se saca a la luz una parte del cementerio subterráneo de Priscilla. El hallazgo provocó en toda la ciudad y sobretodo en todos los eclesiásticos y en los doctos, un entusiasmo increíble que, en alguna manera, dio nuevo impulso y creó un nuevo y grande interés para las catacumbas romanas.
Desde entonces gracias a las nuevas excavaciones y a sistemas más modernos de investigaciones, los arqueólogos han sacados a las luz, hasta hoy en día, algo como 40 catacumbas desplazadas en los subterráneos de las vías consulares más importantes de la antigua Roma imperial.
Lo más destacado
Entre las más importantes y en relación a las vías, hay: VIA SALARIA – Catacumbas de Priscilla; VIA NOMENTANA – Catacumbas de S. Agnese, VIA LABICANA – Catacumbas de SS. Pietro e Marcellino; VIA APPIA – Catacumbas de S. Sebastiano, de S. Callisto, Catacumbas de Pretestato; VIA ARDEATINA – Catacumbas de Domitilla; VIA OSTIENSE – Catacumbas de Commodilla; VIA AURELIA – Catacumbas de S. Pancrazio.
Catacumbas de San Calixto, Via Appia Antica, 110
Catacumbas de Santa Domitila, Via delle Sette Chiese, 282
Catacumbas de San Sebastián, Via Appia Antica, 136
Catacumbas de Priscila, Via Salaria, 430
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